Por Eduardo Varas C.
¿Qué le sucede al visitante cuando ingresa a una muestra de arte contemporáneo que maneja un concepto muy claro y un gran sentido pedagógico?
Por lo menos hay un descubrimiento. Un pequeño descubrimiento que puede ser profundo y punto de partida para pensar nuevas ideas.
En una exposición de arte lo que realmente atraviesa es la relación que se produce entre quien se coloca ante una obra y empieza a dialogar con ella, con lo que dice, con cómo está hecha, con lo que insinúa. Hay algo que se nos quiere contar, pero no como afirmación, quizás como posibilidad. Es domingo en Quito y hay una gran cantidad de personas circulando por una de las salas del Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Quito, ubicado casi a la entrada del centro histórico.
Dentro de la sala está Positiva, residencia artística de cultura VIH latinoamericana, el resultado de un proyecto que significó que nueve artistas de América Latina —todos con VIH— estuvieran en Quito, en una residencia de una semana, a fines de marzo de 2024. Fue así que compartieron con otros artistas y personas que viven con el virus; esas experiencias moldearon las ideas y las piezas que forman parte de la muestra que estará abierta hasta agosto.
En Positiva, las ideas están claras y no necesitan mucho del público visitante. Pero no, no es mensaje ni moraleja. Nada de eso. La expo enseña sin necesidad de enseñar; impacta a través de metáforas de fácil decodificación, abre sus alas sin discriminar.
Desde el ingreso al Centro de Arte Contemporáneo, en el antiguo Hospital Militar, se puede presumir de esta búsqueda. Un cartel rosado sobre el ingreso inicia el proceso: “Nos hace falta hablar de VIH”. Invitación, subir escalones, entregar cédula a cambio de dejar en casilleros carteras y mochilas —supongo que los museos también deben sufrir golpes criminales—.
Sí, Positiva quiere informar. Extender conocimiento para que se entienda, de una vez por todas, de qué se habla cuando se habla de VIH. Los datos son el punto de arranque: a través de una línea de tiempo justo antes de ingresar a la sala, aparece la información.
Se habla de un primer caso de VIH que pudo haberse dado en el territorio de la actual República Democrática del Congo, en 1908; lastimosamente ese caso no fue estudiado. También se puede ver que en 1973, el último paciente que se atendió en el Hospital Militar —sí, el sitio del CAC— murió por complicaciones relacionadas con el SIDA.
Luego viene parte de la historia que muchos tienen registrada y otros no: años 80, casos en América Latina, enfermedad que parece importada de Estados Unidos, la discriminación hacia enfermos. La lucha por conseguir tratamientos y antirretrovirales, el mercado negro de medicamentos en los años 90; la creación de programas sobre SIDA en varios países latinoamericanos…
No es una línea de tiempo ordenada, de un año van hacia atrás y luego saltan hacia más adelante. Hay que seguir las flechas y el caos de lo que ha sido el VIH se refleja en su historia como padecimiento.
En 2018 aparece el estudio que refleja que cuando el virus es indetectable en un organismo, no puede contagiar a nadie y las relaciones sexuales pueden ser sin preservativos. Pero también surge la conciencia de que ser no detectable es un tema de privilegio, de tener dinero.
Es a través de los datos que el recorrido realmente empieza.
Entre el azul y el rosa de un arte con algo que decir
Recorrer Positiva no se trata de enumerar lo que sucede con cada obra. A veces se podría decir que en una muestra habrá unas obras mejores que otras, pero quizás se trate de algo más. En realidad es un ejercicio de encontrar las conexiones que cada asistente pueda hacer con alguna de las fotografías, instalaciones, videoperformance, tejidos, videos, versos, cuadros y afiches que integran la exposición.
Y siempre que se pueda, una muestra puede y debe ser visitada más de una vez, para entablar otros diálogos y aceptar otra propuesta. Porque cuando ya está todo expuesto, depende de los asistentes darle vida al arte.
En Positiva se exponen obras de artistas como Luis R. Herra, de Costa Rica; Juan de la Mar, de Colombia; Juan Coronel y Camila Arce, de Argentina —los videos de ella, con entrevistas a personas que tienen VIH se pueden mirar justo antes de entrar a la sala—; Óscar Sánchez Gómez, de México; Rodrigo Ortega y Lucas Núñez Saavedra, de Chile, y David Jarrín (Davartis) y Andrea Alejandro Freire, de Ecuador.
No todo lo que sucede al cruzar el portal en el que se lee “De todas las personas viviendo con VIH en el mundo, el 53% son mujeres y niñas” y “En América Latina sólo el 72% accede al tratamiento antirretroviral” va a tener la misma fuerza. Una exposición de varios artistas es un encuentro con distintas formas de abordar una idea.
El texto de bienvenida, trabajado por los nueve artistas que participaron de las residencias y que son parte de la expo, deja en claro la razón de lo que sucede ahí, ese enfrentamiento con el desconocimiento y una ignorancia social que continúa hasta hoy: “son los enfermos de quienes hay que cuidarse porque amenazan el ideal (re)productivo, la salud y la vida”.
Al dejar de lado esa pared, llega el momento.
Existe una decisión cromática para Positiva y esta tiene sentido. Dos colores, como fondo y contraste. El azul y el rosa —y tonalidades más pasteles de los mismos colores—. Los dos géneros tradicionales, representados con tonos obvios, pero también coexisten todos los espectros de identidad, que armonizan. Versiones de azul y rosa por toda la sala.
El mexicano Óscar Sánchez Gómez entrega una serie de fotografías que forman parte de una obra separada en dos partes. Convhivencia se divide en Adherencia y Bichos. En ellas se trata de dimensionar la necesidad de medicinas, de tratamiento antirretroviral para reducir la presencia del VIH en el cuerpo. Sánchez ubica en las imágenes las cajas y frascos de los medicamentos que debe tomar, rodeándolo, él desnudo, como si se estuviera ahogando en un mar de plástico o cartón o como si pudiera flotar por encima de ellos.
Pastillas en el desayuno, sobre su cuerpo, como tatuajes, como marcos para encuadrar la vida. Algunas imágenes se acompañan de textos que quieren asentar datos científicos actuales sobre el VIH y sus tratamientos.
Sánchez trata de establecer definiciones. En una de sus fotografías —un tríptico sin título en el que se ven tres fotos de la vida cotidiana de las medicinas en lo que parecería ser su casa—, se puede leer: “No hay personas de riesgo. Hay patrones de riesgo y contextos sociales que favorecen la violencia y la epidemia”.
En las imágenes, el VIH es cercano, se lo vive a diario, se lo contiene a diario.
La propuesta de Óscar Sánchez Gómez dialoga de manera directa con la del argentino Juan Coronel, en el otro extremo de la sala. Coronel presenta en Positiva su obra Cómo mantenerse con vida y morir en el intento. Y mientras Sánchez nos hablaba de la relación cercana y casi fraternal con la medicina, Coronel propone hablar del costo de la medicación que, si bien es cubierta en el caso de Ecuador por el Estado y no por el o la paciente, no deja de tener un precio elevado.
Lo de Coronel es sencillo, pero no por eso menos impactante.
Pastillas en una mesa de centro, frente a un televisor. Pastillas por cientos, alrededor de una lámpara, cerca de un sofá. Pastillas entre rosadas y rojas, que lo cubren todo. Y una pantalla en la que se pueden ver índices bursátiles, el mercado de la medicina, de los grandes laboratorios. Positiva aboga porque exista una cura para el VIH, porque hasta económicamente eso es más rentable.
Si bien su puesta en escena es la más sencilla de todas, lo que el artista y poeta Andrea Alejandro Freire muestra es un conjunto de afiches que tratan de desmitificar los temores alrededor del contagio por estar cerca de personas con VIH. Es un trabajo de búsqueda, de abrir y escudriñar archivos. Son afiches de hace casi 30 años —al menos esa es la impresión que da— que siguen siendo actuales.
En uno hay la foto de un adulto con dos niñas a su alrededor, los tres sonriendo. Se puede leer: “No le tememos al tío George. Él tiene SIDA, lo amamos”. En otro, el dibujo de un niño triste, con los brazos extendidos y se lee: “Tengo SIDA, por favor, abrázame. No te puedo enfermar”. La contundencia es la forma en que Infirmitas —el nombre de la obra de Freire— impacta.
Rodrigo Ortega, de Chile, consigue con Imago Virus —una recolección de poemas y cuadros— crear un medio ambiente propio, de existencia y de responsabilidad ante esa existencia. De lo que un cuerpo es capaz de crear hasta después de su muerte. También reflexiona sobre la cantidad de basura que genera medicarse por el VIH, por la cantidad de frascos de plástico que se genera. “En mí viven / Más de dos / soy una casa de carne”, escribe en un poema.
Lo que golpea con su obra es la comprensión absoluta de que la vida, incluso a pesar del VIH, es una vida que seguirá su ciclo.
Positiva se puede recorrer con mucha facilidad. No es una muestra extensa, no toma horas y horas de recorrido, lo que sí hace es quedarse en quien la visita. Esa es la verdadera forma en que el arte ataca: la capacidad que tiene para que las ideas propuestas, los datos entregados, comiencen a generar nuevas maneras de ver al mundo.
Hay una ventana abierta luego de estar en el Centro de Arte Contemporáneo. Una para que se aleje el prejuicio y para comprender que si se trata de una enfermedad, estamos todos ahí para cuidarnos y extender la mano.