Manejar un espacio independiente en el país tiene su cuota de complejidad. Ya sea por asuntos legales o porque hace falta sensibilizar al público para que el arte sea considerado un trabajo y se reconozca su valor, en términos monetarios.
Por Ana María Crespo*/@laana_mary
La escritora guayaquileña Solange Rodríguez decía hace poco que en el mundo de la literatura hay que aprender a ser mago, sombrero y conejo. Esta metáfora podría usarse sin mayor esfuerzo para hablar sobre lo que hacen los gestores culturales independientes a diario para sostener sus proyectos. Con la misma preocupación, María Fernanda López, docente e investigadora del arte de calle también se refiere a la autogestión para decirnos que esta puede llegar a ser una forma de la autoexplotación.
Distintas perspectivas que nos llevan a un lugar común: producir/gestionar arte en el Ecuador es un trabajo que muchas veces no deja ni lo mínimo para la supervivencia. Es más, muchxs trabajadorxs de la cultura realizan otras actividades con las que sustentan sus proyectos, pues guardan la esperanza de que en algún momento les permitan dedicarse de lleno a ellos.
No todos los proyectos culturales son iniciativas fallidas, pero quienes los dirigen deben aprender a moverse entre las normativas que no contemplan la diversidad de actividades que estos lugares/organizaciones ofrecen al público.
Con el propósito de conocer las demandas del sector y ver de cerca cuáles son esas acciones que les permiten mantenerse en ruta, revisaremos lo propuesto en Micrófono Abierto. Este espacio fue impulsado por el Observatorio de Políticas y Economía de la Cultura, la Secretaría de Cultura de Quito y la Organización de Estados Iberoamericanos-OEI y estuvo dentro de la agenda del 2do Encuentro de Políticas y Economía de la Cultura.
Los diversos modelos de gestión cultural fueron la temática central de Micrófono Abierto que reunió a distintos actores del campo cultural y a la ciudadanía en general en el patio central del Centro Cultural Metropolitano de Quito, el día martes 20 de septiembre.
El Útero y su modelo de autogestión
Luz Albán es cofundadora y administradora de El útero Espacio Sociocultural, un proyecto que tiene 5 años de vida y que está ubicado en el barrio La Mariscal, en Quito. Ella comenta que este sitio se maneja mediante un modelo independiente, lo que significa que el 99 % del financiamiento se genera a partir sus propias iniciativas.
Ser independiente, en el caso de El Útero, no cierra las posibilidades a establecer alianzas con la empresa privada o concursar por fondos públicos. Lo que expresa Albán, en todo caso, es que conseguir recursos propios no es una tarea sencilla.
“Parte de la autogestión es generar campañas que concienticen sobre el consumo de ciertos bienes artísticos, para que la gente entienda que el pago de una entrada no solo beneficia al espacio, sino a los artistas, a la gestión”, sostiene Albán y profundiza en esta reflexión al decir que los valores de las entradas (USD 5 a 10) logran cubrir con dificultad los costos de las producciones.
Así también, Albán explica que la autogestión no solo pasa por el hecho de manejar los recursos, sino que tiene que ver con la organización del proyecto. Por eso, que El Útero opere bajo la figura de espacio independiente no implica que no cuente con una estructura, nos dirá su cofundadora. Ya sea la programación, la escritura de proyectos, la decisión sobre cómo se trabajará con sus aliados se definen en asambleas comunitarias con las cuarenta personas que son parte del espacio de forma permanente.
El secreto de supervivencia podría estar en el hecho de que se evalúan constantemente para descifrar cómo mejorar sus servicios, cómo mejorar el espacio para el público. Revisan los gastos, analizan la relación con el público que les visita y desde la prueba y el error se reinventan a diario.
Otros modelos para espacios culturales
Entre los otrxs participantes de este espacio de diálogo estuvieron Carolina Leguisamo y David Páez, ambos colaboradores en espacios que tienen sus propios modelos de gestión para relacionarse con la comunidad.
Carolina Leguisamo, de la Asociación Humboldt, comenta que su modelo es distinto pues ellxs trabajan con subvención. Esta condición les permite apoyar a eventos locales los cuales se seleccionan mediante una comisión de curaduría. Al tratarse de una asociación que en parte le pertenece al gobierno alemán, deben promover el intercambio de artistas.
Por otro parte, el mediador comunitario David Páez, de Yaku Parque Museo de agua, comenta que este pertenece a la fundación Museos de la Ciudad. En ese sentido, Yaku se maneja mediante otro modelo de gestión, pues se trata de una entidad privada que maneja fondos públicos.
En el caso de los proyectos comunitarios, Páez dice que Yaku recibe presupuesto municipal y fondos provenientes de la empresa de agua potable. Por ese motivo este espacio tiene un eje de trabajo en el tema ambiental.
Páez refiere que su trabajo es colaborativo, “así es como se entiende el trabajo comunitario de la fundación” y cuenta la experiencia de Ñukanchik. Este es uno de los procesos que impulsan en el museo junto a cinco comunidades. Iniciaron con la creación de una feria, que se ha transformado en la posibilidad de darle un espacio a las economías populares para que administren la cafetería que tiene el museo.
La legislación para espacios culturales
No se trata de asunto sencillo, por supuesto.
“Hay un gran vacío legal para los espacios culturales diversos como el nuestro”, dice Albán cofundadora de El Útero. No son el único lugar que enfrenta esta problemática, pues hay restaurantes, cafeterías que tienen una agenda cultural y que no pueden regularizar su actividad porque la figura legal que los acoja no existe.
Albán enlista los papeles con los que consta este proyecto: tienen RUC (el inicial estuvo a su nombre), pero hace poco tiempo abrieron el RUC de la fundación que inició en el 2020. Con este RUC tramitaron La Licencia Metropolitana Única para el Ejercicio de Actividades Económicas (LUAE), requisito fundamental para que la actividad cumpla con lo que ordena la ley en el Distrito Metropolitano de Quito.
El mayor problema para que estos proyectos se encuentren en regla, de acuerdo a Albán, es que “No existe una actividad comercial que diga espacio cultural”. En este momento la ley estipula que un establecimiento se debe dedicar a una sola actividad económica.
¿Entonces dónde quedan estas apuestas de los espacios culturales por diversificar la agenda con distintas actividades?
Tal parece que en el aire.
A la espera de una normativa más inclusiva.
“¿Por qué haces un concierto si eres un restaurante?”, le han preguntado a la cofundadora de El Útero. Ante esto ella responde que hay que facilitar el trabajo de los gestores culturales y modificar las normativas para que los espacios culturales puedan trabajar sin inconvenientes. Al respecto sostiene que el Municipio de la ciudad ha tenido apertura para escuchar sus demandas, pero que aún no han existen soluciones concretas.
Asistentes a Micrófono Abierto. Foto: Comunicaciones UArtes.
En esta coyuntura, vale reconocer los esfuerzos de la Secretaria de Cultura del Distrito Metropolitano de Quito, que, en agosto de 2022, presentó el Plan de Reactivación Cultural del Distrito Metropolitano de Quito. En el plan se habla sobre la importancia de activar y fortalecer la red de espacios culturales (tanto públicos como privados). Desde este eje se contempla la inversión pública para mejoras en la infraestructura y el equipamiento de espacios independientes y comunitarios, así como para potenciar y democratizar el acceso a su programación.
Por otro lado, en el tema de reglamentación para actividades comerciales, la personería jurídica, la LUAE, un RUAC le han servido a El Útero espacio sociocultural para obtener fondos para el desarrollo de proyectos. Así que en este campo no todo ha sido negativo.
Sin embargo, hay otros lugares que no han podido tramitar la LUAE como lo ha hecho El Útero y que permanecen en una especie de limbo. ¿Quién alza la voz por estos compañerxs?, se pregunta Albán.
La pregunta no cae en el vacío. Esta situación se repite en otras ciudades del país y así lo demuestra una participante del público que reside en Cuenca y que afirma que el Municipio de esta ciudad tampoco tiene permisos específicos para lugares culturales. Ella sugiere algo importantes y es que se deberían aceptar modelos de gestión mixta para la cultura. Porque un espacio podría tener una vocación múltiple, ser al mismo tiempo restaurante, teatro y museo y la legislación debería estar abierta a contemplar esta diversidad.
En Cuenca, mediante solicitudes masivas y firmas colectivas se ha apelado al derecho a ser escuchados. Aunque se tomó en cuenta su demanda, llevan tres años esperando que el debate arranque. Pero hay que iniciar de alguna forma.
Las ciudades están cambiando, la cultura reactiva las economías locales, enriquece las dinámicas sociales, potencia el turismo, y hace de los barrios lugares más seguros. Ante la urgencia compartida para expresar estas necesidades de reformas de políticas públicas y normativas, la respuesta parece trillada, pero no hay otra vía: “la unión hace la fuerza”.
Hay que unirse para las demandas a las instituciones, o la coordinación de una agenda de actividades artísticas. En estos gestos podrían empezar a trazarse un circuito que no genere competencia, sino una alianza cooperativa.
*Ana María Crespo (1990). Editora, ciclista y lectora amateur en el sentido etimológico. Colaboradora del Observatorio de Políticas y Economía de la Cultura.
*Las opiniones expresadas en este texto son de exclusiva responsabilidad de su autora y no representan la posición del Observatorio.