por Santiago Estrella Silva
Cuando se menciona en las parroquias rurales sobre lo que significa arte y cultura, saltan imaginarios como las fiestas, los eventos, los conciertos, el folclore, las danzas tradicionales. De lado de los gestores culturales, productores y artistas, se trata de una forma de vida vinculada a sus necesidades de expresión, de sostener ideales de transformación social, de trabajo y sostén familiar y personal. Mientras que, desde las autoridades, hay un contingente presupuestario que cumplir con pocos recursos, con tradiciones que apoyar, y con miradas no tan amplias ni de largo plazo.
La Ley de Cultura vigente desde 2016 dispone que dentro del Sistema Nacional de Cultura los Gobiernos Autónomos Descentralizados son parte del mismo y por lo tanto el ente rector (Ministerio de Cultura y Patrimonio) debe coordinar con estas instancias, de acuerdo a sus competencias. En ese sentido, y entendiendo que los GAD Parroquiales son las instituciones más cercanas a la ciudadanía para garantizar sus derechos culturales, revisamos cómo está esa relación en la zona noroccidental de Pichincha y de Quito, en las parroquias equinocciales de Pomasqui, San Antonio y Calacalí.
Presupuestos escasos, con las fiestas como centro
En Quito hay 33 parroquias rurales, 65 comunas y varios pueblos ancestrales, que ocupan el 90% del territorio del Distrito. La población aproximada es de 620 mil habitantes, lo que representa alrededor del 31% de toda la población del Distrito. En ese contexto, los presupuestos que maneja cada GAD Parroquial son reducidos. En el caso de Calacalí, con una población aproximada de 4 mil habitantes, tiene un presupuesto anual para la cultura de cerca de $27 mil, de acuerdo su presidente Luis Alberto Pallo. Ese rubro, en su gran mayoría se destina para la agenda de fiestas que se celebran entre junio y julio, donde se incluyen los desfiles, pregón de fiestas, elección de reina, conciertos, ferias tradicionales, festivales artísticos. De acuerdo a Luis Alberto Pallo, tienen el apoyo del GAD Provincial de Pichincha, con un aporte adicional de $10 mil, que también se suma a las fiestas, por ello menciona que “se procura ser equitativo, y a la par de la organización de las actividades generales, el presupuesto se distribuye para los seis barrios que componen la parroquia. Cada barrio tiene sus propios festejos culturales, por ejemplo, en el Inti Raymi, allí entramos a repartir equitativamente lo que nos corresponde como GAD Parroquial”.
En el caso de San Antonio de Pichincha, la población bordea los 65 mil habitantes, donde el presupuesto de cultura que nos indica su presidenta, Verónica Cevallos, alcanza los $75 mil para todo el año, lo que en su administración representa alrededor del 3% del presupuesto del GAD Parroquial. Las fiestas en esta parroquia fueron en junio, donde se destinaron cerca de $45 mil para todos los eventos tradicionales. El saldo queda en reserva, de acuerdo a lo mencionado por Cevallos para otros momentos: “si bien todas las parroquias tienen como tradición las fiestas en sus agendas culturales, en nuestro caso hemos presupuestado para otros eventos en el año, estamos pensando hacer eventos tradicionales en el Día de Difuntos o en Fin de año. La mayor parte se trabaja con autogestión con la empresa privada. Por ejemplo, queremos impulsar el Inti Raymi de septiembre, pero dependemos de esos acuerdos”.
En Pomasqui la población se acerca a los 30 mil habitantes, y conforme a lo expresado por su actual presidenta del GAD Parroquial, Irina Mora, el presupuesto para cultura se ajustó este 2024 a $25 mil, lo cual implicó una reducción significativa, ya que el año pasado fue de $40 mil para las actividades culturales. Nuevamente la lógica de las fiestas patronales copa buena parte de esos recursos. Mora reconoce que la población espera siempre el momento de las fiestas, es una demanda que no se pueden saltar porque es parte de la tradición. Dentro de esa limitación se intenta diversificar con múltiples actividades, así lo menciona Mora: “nosotros hicimos un sinnúmero de actividades a los cuatro eventos grandes: el pregón, el desfile de confraternidad, la elección de la reina y el cierre de fiestas. Adicionamos temas como pintura infantil, concursos de oratoria, de música, veladas teatrales, con lo que logramos ampliar la gama cultural”.
En esa medida, las autoridades parroquiales reconocen que las fiestas parroquiales son el centro de su gestión cultural, tanto por la tradición, como por el sentir ciudadano que año a año espera estos espacios. Si bien existe una orientación a auspiciar las fiestas desde el sentido de la promoción y reactivación económica de las parroquias, no es menor la observación de los colectivos y grupos culturales de estos sectores que cuestionan la mirada enfocada en el evento y no en los procesos culturales, amplios y diversos.
Uno de los gestores culturales independientes y actor escénico que trabaja permanentemente en la zona, Emanuele Mena Guadalupe, cuestiona que el vínculo entre los gestores y los GAD Parroquiales es muy limitado, “hay una idea clientelar muy clara, direccionada a los eventos. Hace algunos años (2009) me vinculé al GAD de San Antonio como gestor cultural, pero allí el presidente de turno me pedía que arme eventos, no le interesaban los procesos. Entonces, lo clientelar está vinculado a los compadrazgos de grupos que están establecidos con el GAD para las fiestas de junio”. En esa misma línea, Isaac Peñaherrera, vinculado a los procesos culturales con el movimiento de Cultura Viva Comunitaria, menciona que los presupuestos para los GAD Parroquiales se manejan bajo la visión del presidente de turno. “En Pomasqui y San Antonio, sobre todo, históricamente quienes han estado a la cabeza de estas parroquias han sido mineros, personas que tienen altos recursos y sus enfoques no están en la recuperación de la memoria social o realizar actividades que fortalezcan al tejido social, sino que su lectura se relaciona a las cuotas políticas. Entonces, esos recursos de cultura se destinan a dádivas para grupos artísticos que ayudaron a ganar las elecciones, o recursos invertidos solo en la fiesta parroquial”, sostiene Peñaherrera.
Infraestructura cultural pública: ¿qué es eso?
Si el tema de los presupuestos y su distribución es complejo, tanto por lo escaso, como por las dinámicas para su entrega, lo de la infraestructura es desalentador. En las tres parroquias abordadas no existen bibliotecas públicas o privadas que fomenten la lectura ni acerquen los libros a la ciudadanía. Todos recuerdan que en su momento el sector tuvo una interesante biblioteca ubicada en el edificio de la UNASUR, ubicado junto a la Ciudad Mitad del Mundo, donde además de las salas de sesiones internacionales, se dispusieron salones para exposiciones y la biblioteca de acceso público. Este espacio se perdió en el gobierno de Lenín Moreno, cuando decidió sacar al país de la Unión Sudamericana de Naciones y dejar las instalaciones del edificio inutilizadas. En cuanto a salas escénicas, los pocos espacios están asociados a las iglesias de Pomasqui y San Antonio, pero sin un manejo sostenido, sin programación, salvo eventos puntuales y esporádicos. Por fuera de ello, la amplia ciudadanía de estos sectores, si quieren disfrutar de un espectáculo teatral diverso, deben trasladarse al centro norte de Quito, con la complejidad de las distancias y del transporte público en las noches. Los espacios adecuados para conciertos o espectáculos tampoco existen.
Luis Alberto Pallo, en Calacalí, reconoce que la infraestructura que se podría disponer es el del propio GAD, con sus salones y auditorios, pensando en facilitar a los gestores del sector. “Lo que nos falta son equipos técnicos para apoyar a los artistas. Además, una biblioteca estamos armando con una fundación que nos ha ofrecido el apoyo y esperamos que en el próximo mes ya esté funcionando”, señala Pallo. En el caso de San Antonio la situación es mucho más particular, Verónica Cevallos apunta: “Nosotros no tenemos infraestructura. Es tan penoso lo que sucede en San Antonio. Ni siquiera nosotros como GAD Parroquial tenemos un espacio propio para funcionar como institución. Las instalaciones actuales donde funcionan nuestras oficinas fueron al inicio donadas al Municipio para que aquí se construyan las funerarias de la parroquia. La población asumió así este inmueble, tanto así que acá, cuando fallece alguna persona, debemos abrir nuestro auditorio del GAD para el velorio. Al no tener como GAD un espacio propio, estamos proyectando para el próximo año solicitar al Municipio para que se donen varios predios para construir las oficinas propias y que este espacio actual se destine para la funeraria de San Antonio, que no la tiene”. En esa medida, la situación de la infraestructura es un asunto prioritario y por ello se gestiona contar con 8 predios en donación para las oficinas y para el desarrollo y construcción de Centros de Desarrollo Comunitario. “Para inicios de agosto vamos a construir un Centro de Desarrollo Comunitario en el sector de Rumicucho, donde ya tenemos el vínculo con los gestores culturales para tener pintura, danza, música, formar un coro, además de temas deportivos. Esa es la línea visionaria que tenemos para esta gestión en el GAD”, manifiesta Cevallos.
En Pomasqui está en proyecto, con alianza privada, el montaje de una Casa Cultural en una casa patrimonial. Ese es el objetivo de Irina Mora, como presidenta del GAD, pero deben solucionar un tema legal para implementar este Centro Cultural, donde se establecería la biblioteca, y los espacios para la sinfónica y para los grupos y colectivos.
En este ámbito de infraestructura, hay algunos casos que contrastan con esta escasez de espacios, tanto desde lo público, como en lo privado. El más evidente es la Ciudad Mitad del Mundo, donde existen espacios abiertos, las plazas se llenan de danza y baile permanentemente, y se adaptan, de tanto en tanto, tarimas y espectáculos para los visitantes. Pero allí la dinámica está pensada para el turista, no para el residente cotidiano del sector. En lo privado, los espacios para el arte se mantienen a pulso de sus gestores. En Calacalí el Museo de Carlota Jaramillo se sostiene con la motivación de sus gestores, similar al Museo Templo del Sol, una emblemática infraestructura en piedra, administrada por el pintor y escultor indígena Ortega Maila, quien propone un recorrido como una experiencia para adentrarse en las tradiciones milenarias de los ancestros. En esa línea, en San Antonio está el sitio ancestral y arquitectónico de las Ruinas del Pucará de Rumicucho, un sitio que es administrado por la comunidad a través de la Asociación de Desarrollo Turístico Rumicucho, desde el año 2007. El Pucará de Rumicucho, a decir del presidente de la Asociación, Manuel Soria, no tiene apoyo público de ningún tipo, y sostienen con su propio proyecto turístico denominado Pucará Pogio Rumicucho, donde se ofrece un recorrido por las ruinas, un pequeño museo de sitio y el contacto con las fuentes de agua. Los teatros de San Antonio y Pomasqui están vinculados a las iglesias, pero sin una gestión ni programación permanente, con espectáculos esporádicos. También en Pomasqui están el Museo Antonio Negrete y el Centro Cultural Casitagua, administrados por las familias, desde sus propias lógicas y dinámicas.
Por fuera de este tipo de ofertas, el ciudadano común de estas parroquias poco o nada tiene en acceso a espacios de arte. Por ello, en buena medida el imaginario artístico está relacionado con las fiestas populares, con las danzas folclóricas como signos identitarios y con la réplica de tradiciones, tanto desde lo religioso, como desde lo comunitario.
Desde la visión de los gestores, los pocos espacios, como el teatro de San Antonio, no son de acceso a la comunidad, porque se manejan desde la lógica del párroco de la iglesia. También hay espacios como la Casa de las Juventudes, un lugar que actualmente no está activado para los gestores, de acuerdo a Enamuele Mena. En ese caso puntual, la presidenta del GAD Parroquial, Verónica Cevallos reconoce que ese espacio actualmente tiene poca actividad, algo en deportes y en actividades de pintura, pero también como parqueadero para la maquinaria de la parroquia, porque no tienen lugares, por ello su interés de construir los Centros Culturales.
Relación entre instituciones culturales
En la coyuntura actual, los tres GAD Parroquiales abordados mencionan que la mejor relación en términos culturales se tiene con el GAD Provincial de Pichincha, donde se mantiene una vinculación y apoyo permanente. Varios de los proyectos mencionados están relacionados a esta institución. Con el Municipio y la Secretaría de Cultura el vínculo es menor, se reconoce que en estos territorios funcionan con una incidencia en lo social y cultural las Casa Somos, una propuesta de conexión ciudadana que viene desde ya varios años, con una infraestructura donde se desarrollan cursos y talleres de forma permanente. Las Casa Somos están presentes en cada parroquia y en buena parte de la capital, pero no se constatan acciones coordinadas entre estas instituciones y los GAD Parroquiales. Lo que está vigente con el Municipio de Quito, y como parte de una ordenanza institucionalizada es el apoyo que brinda a todas las parroquias del Distrito Metropolitano para la realización anual del Encuentro de las Culturas de las Parroquias Rurales, evento que se desarrolla desde 1993, con jornadas donde se pretende garantizar a las parroquias rurales mostrar e intercambiar sus vivencias y elementos más representativos de las identidades culturales locales a través de diversas expresiones: música, danza, teatro, artesanía, gastronomía, saberes, simbolismos, valores, cosmovisión, historia, formas de organización y patrimonio. El Municipio destina un rubro de $4.500 para cada parroquia, para financiar sobre todo los gastos logísticos de este evento. Por fuera de este caso específico, no se evidencian programas concretos y sostenidos en el tiempo.
La relación con la Casa de la Cultura y el Núcleo de la Casa de la Cultura de Pichincha también es limitada, no se dan procesos ni se activan programas o proyectos a mediano o largo plazo. Irina Mora manifiesta que se está abriendo una posibilidad por allí con unos primeros acercamientos que se darán en los próximos días. No obstante, la presencia de la Casa de la Cultura es prácticamente nula en el sector, donde incluso la extensión que tenía el Núcleo de Pichincha en San Antonio fue cerrada en la actual administración.
Y en lo que corresponde al ente rector de la cultura del país, el Ministerio de Cultura y Patrimonio, las tres parroquias manifiestan que no hay relación. Han intentado acercamientos, pero no hay ninguna línea de diálogo o contacto para intentar avanzar en lo que a cultura se refiere.
En ese sentido Isaac Peñaherrera manifiesta que desde hace algunos años en los diversos colectivos culturales “hablamos de una crisis y de una muerte cultural anunciada. Si bien existe la Ley de Cultura, que nos permite pensar en institucionalidad, pero todo queda en el papel y avanza muy lento. Mientras los gobiernos parroquiales sigan siendo haciendas, con los dueños de las haciendas a cargo, no se podrá hacer nada porque no están pensadas con la lógica de política pública. Entonces, la interculturalidad termina siendo el folclore, y ellos piensa que, poniendo un grupo de danza, y entregando transporte y un sánduche, ya se apoya la cultura”. La visión crítica de Peñaherrera, con su amplia trayectoria plantea que la visión debe ir por otro lado, empezando a entender a la cultura en su conjunto: “Cómo construimos interculturalidad, logrando que en espacios como los GAD estén personas decidiendo en conjunto, con representaciones de pueblos y nacionalidades, gente que conozca de la cultura popular, y también de las bellas artes. Debería establecerse foros de cultura, diálogos por la cultura, permanentes, con ello se podría lograr que se tengan actores que ejerzan el quinto poder, que puedan activar la participación ciudadana”, complementa Peñaherrera.
Este el panorama del arte y la cultura en las parroquias rurales del norte de Quito, algo que seguramente se repite, con sus particularidades, en otras parroquias de la provincia y del país.