Por Oscar Santillán
La inteligencia artificial (IA) es al siglo 21 lo que la electricidad fue al 19 y al 20. El destino de la IA, al igual que sucedió con la electricidad o con la señal de nuestros móviles, es ser omnipresente, filtrarse de forma tan ubicua en nuestras vidas que ni siquiera pensemos en ella, simplemente va a estar allí, como cuando ingresamos a una habitación dando por hecho que habrá electricidad en la misma, o “luz”, como muchos le decimos.
Hace pocas semanas se publicó el “Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial” a cargo de la CEPAL y el CENIA. En resumidas cuentas, la situación de la región es paupérrima, aunque países como Chile, Brasil y Uruguay en algo se destacan en comparación con sus vecinos. En todo caso, mi país, Ecuador –que hoy se encuentra en medio de una campaña presidencial carente de visiones que entusiasmen– está incluso por debajo de la media regional.
Debo decir que las poquísimas referencias que los candidatos presidenciales hacen a temas tan absolutamente vitales –como el desarrollo tecnológico y científico del país– me llenan de frustración, de un hondo fastidio ante tanta ignorancia y torpe arrogancia. Esto quizás se deba a que en el Ecuador hay un penoso exceso de abogados que infestan el mundo de la política y, en consecuencia, nos tienen atrapados a todos en su mundo de palabras y reglas inútiles. Así, los candidatos han prometido, sin comprender lo que dicen, desde construir un reactor nuclear (que tomaría una década en construirse y costaría un masivo 5% del PIB del país) hasta echarle dosis imaginarias de IA a cualquier problema que no saben resolver, como se puede ver en sus videos de TikTok.
Mis amigos, si no nos ponemos las pilas (pero ¡ya!) creando e implementando una “Estrategia Nacional de IA” (de la misma manera como, asumo, tenemos una estrategia nacional para nuestra matriz eléctrica) vamos a tener continuos “apagones cognitivos” que los vamos a pagar con más pobreza y desesperanza.
Permítanme explicar a qué me refiero por “apagones cognitivos”
Demos primero un paso atrás para aclarar el concepto de IA, qué mismo es: La IA es un nuevo tipo de infraestructura a la que llamaremos “infraestructura cognitiva”. Más puntualmente, se trata de un sistema que puede llevar a cabo algunas tareas que igualan o, en algunos casos, superan la capacidad de la inteligencia humana. Esto lo hace por medio de predicciones muy complejas que deduce al analizar patrones que encuentra dentro de grandes cantidades de datos. O sea, su poder analítico y predictivo depende no sólo de su capacidad de procesamiento sino también de la calidad de la data que le alimenta. Por ello, además de potentes servidores (que contienen numerosos chips especializados que requieren de muchísima energía eléctrica), se necesita tener acceso a grandes bases de datos (o levantarlas desde cero cuando estas no existen). Al respecto, es indispensable que toda esa data esté correctamente etiquetada para que sea posible entrenar a la red neuronal; de lo contrario, el sistema será inútil, nos dirá puras tonterías.
Comprender este asunto básico nos enseña que no podemos simplemente “enchufarle” inteligencia artificial a un problema y listo, sino que vamos a tener que trabajar mucho para que el sistema tenga las condiciones que le permitan funcionar. Y, si esto lo hacemos bien, vamos a abrir caminos prometedores para nuestro país, caminos que los discursos políticos actuales no logran imaginar.
En los próximos meses y años vamos a vivir la acelerada adopción de esta tecnología y, en esa dirección, es indispensable que por primera vez el Ecuador tome la decisión de participar de esta épica transformación no únicamente como consumidor sino también desde la producción tecnológica en instancias estratégicas. No hacerlo decididamente significará una amenaza futura que hoy es difícil de prever. Esto se debe a que una vez que todos los aspectos de nuestra vida diaria estén “aumentados” con IA, incluidos nuestro sistema de salud y el sistema judicial, una deficiente infraestructura cognitiva puede costar la vida de cientos o miles de personas, o podría provocar que personas inocentes sean condenadas. Este hipotético apagón cognitivo, similar a los apagones eléctricos que el país experimentó hace poco, sería aún mucho peor.
Está claro que el Ecuador no va a producir chips (a no ser que alguien pueda conjurar el milagro de que Nvidia mueva parte de sus operaciones a la mitad del mundo), pero, por ejemplo, en este preciso momento sí abundan las oportunidades para customizar usos de la IA. Este escenario se abre ya que la adopción está en plena curva de crecimiento, los umbrales de entrada están volviéndose relativamente bajos ya que el precio del hardware está democratizándose aceleradamente –pensemos en el Project DIGITS, la supercomputadora de Nvidia para entrenar modelos de IA, que costará apenas 3 mil dólares en lugar de los 100 millones que costó entrenar el chatGPT–, y los nuevos modelos de lenguaje (LLMs) como el chino DeepSeek-R1 han incrementado su eficiencia sorprendentemente; o sea, correr este modelo requiere mucho menos poder computacional que modelos similares previos.
Entonces, la IA es una nueva forma de infraestructura cognitiva que vamos a necesitar –sí o sí– para aspirar a un futuro donde sea nuestro potencial el que nos defina, y ya no más ese lamento pesado, esa secuencia interminable de desgracias en la que hoy estamos estacionados. Si existe algo así como la “urgencia esperanzadora”, a eso aspiro; creo que nuestro país necesita de otras historias (que no sean las de héroes políticos ni mártires), de otras visiones (que nos inviten a la curiosidad por lo desconocido) y de otras sensibilidades (honestas y empáticas). Sospecho que, precisamente debido a la violencia y la pobreza que saturan a nuestra sociedad, hay entre muchos de nosotros una sed inmensa por una versión de la esperanza que en verdad no se parezca al pasado.
Oscar Santillán es fundador de studio Antimundo, una plataforma que desde 2019 genera proyectos artísticos en la intersección entre nuevas tecnologías y ecología. Santillán es artista visual con un MFA por la Virginia Commonwealth University, en EEUU, y actualmente es profesor en Sint Joost, en los Países Bajos. En 2022 fue “Senior Fellow” del Davis Institute for Artificial Intelligence (Colby College), en EEUU, y ha trabajado extensamente en colaboración con científicos, programadores, y académicos. También es co-autor del libro “The Andean Information Age” que explora la relación entre tecnologías ancestrales y emergentes.