Brecha salarial y de género: violencias en el sector audiovisual

Por: Mariuxi Alemán

No es sorpresa para nadie que el sector cultural fue y es uno de los más afectados. La pandemia del COVID 19 lo único que hizo fue evidenciar los procesos de precarización que viven los actores culturales y artistas. Es así que con la Primera medición de estadísticas laborales en trabajadores de las artes y la cultura se hizo evidente la problemática, ya que permitió conocer de primera fuente la situación actual del empleo, del ingreso y de los efectos que continúan manifestándose en el sector cultural por la emergencia sanitaria.

 En este artículo nos vamos a centrar en el sector audiovisual para evidenciar las carencias que lo aquejan. Desde un enfoque de género analizaremos cómo las brechas laborales y salariales están muy lejos de construir un horizonte esperanzador para las mujeres en el audiovisual.

Pablo Mogrovejo, representante del Plan Nacional del Audiovisual- PANDA, realizó una encuesta en el 2019 en la que agrupó a seis asociaciones principales, siendo hoy en día la mayor base de datos del cine y el audiovisual del país. Esta iniciativa cuenta con un total de 680 encuestados válidos. Por otro lado, el Observatorio Políticas y Economía de la Cultura encuestó a 248 trabajadores del campo audiovisual, los cuales representan el 13 % del total de encuestados.  Mogrovejo recalca que en la encuesta de PANDA se hace evidente que el índice del desempleo del sector audiovisual es del 20.21 %, mientras que el Observatorio determinó que el 10.89 % de los trabajadores del sector no tienen trabajo, situación que se expresa en que 6 de cada 10 de ellos no están afiliados al IESS.

                                 Fuente: Trabajadores de la Cultura: Condiciones y perspectivas en Ecuador, p. 114.

 Si analizamos el sector audiovisual desde una perspectiva de género, podemos decir que la participación de las mujeres sigue siendo minoritaria, pues tan solo alcanza el 30 %. Además, la precarización laboral se acentúa debido a que las mujeres tienen poca presencia en los roles de toma de decisiones. En gran parte, su participación está reflejada en puestos como producción ejecutiva, dirección de arte, maquillaje, vestuario, actividades que se suelen percibir como femeninas. En cambio los roles ‘masculinizados’ suelen ejercerse desde una posición de poder  y toma de decisiones financieras y creativas en puestos como jefe de proyecto, director, director de fotografía, sonidista, y en puestos técnicos como grips, gaffers, maquinistas, etc.  

En la encuesta realizada por PANDA se formula la pregunta “¿Consideras qué el sector del cine y el audiovisual en Ecuador es discriminatorio o machista? Dos de cada tres mujeres respondieron que el audiovisual en Ecuador sí es discriminatorio y machista. En cambio, un poco más de la mitad de los hombres encuestados (el 54,03 %) piensa que no existen desigualdades en el entorno laboral”.[1] Más adelante, el autor señala que no es solo el machismo lo que se silencia, sino también el racismo, clasismo, centralismo, etc.

Mogrovejo enuncia otros riesgos y violencias que acontecen durante la producción audiovisual, por ejemplo  nos habla de un grupo altamente vulnerable: las actrices jóvenes. Al no tener experiencia firman contratos que no suelen tener claridad sobre temas como desnudos, escenas explicitas de relaciones sexuales, besos y semidesnudos.  Además, el autor hace énfasis en las violencias tipificadas que ocurren en el momento del rodaje, donde las bromas con tinte sexual, burlas o calumnias son normalizadas en el trabajo.  Si bien existe un desequilibrio de género en la composición del sector, las mujeres jóvenes que están entrando a la industria pueden reconocer estas discriminaciones y machismos de manera más articulada. Mogrovejo señala que “el  éxito en reducir la desigualdad de género dependerá de la manera en que la sociedad civil y el Estado puedan enmarcar en el audiovisual una agenda de políticas públicas dentro de la esfera de los derechos y de la inclusión”.[2] 

Después de la investigación realizada por PANDA que evidenció esta problemática de género, nace el primer Protocolo contra la violencia de género a la mujer en el audiovisual ecuatoriano. Este se define como:

“…una herramienta de prevención, y que tiene la finalidad de erradicar la violencia de género en los espacios de trabajo que conforman el audiovisual ecuatoriano: contiene mecanismos de atención a los casos de violencia de género, así como definiciones y guías para la elaboración de campañas de concientización y prevención. El objetivo del Protocolo es crear en el sector audiovisual un entorno de trabajo libre de violencia de género”. [3]

 Mogrovejo también pone en la palestra el tema del trabajo y la maternidad, nos muestra que para los empleadores la maternidad es percibida como una carga económica, debido a los permisos por parto y lactancia. El autor cita a Marylin Loden para hablar de la necesidad de romper el techo de cristal, al respecto dice que “solo se necesita remover las vendas que nos impiden reconocer y motivar todo lo que las mujeres nos pueden ofrecer”.[4] Para empezar a remover las vendas es fundamental que se comience a hablar sobre estas  y es justamente lo que hace Ana Soledad Yépez Mosquera en su tesis para la obtención del título de Máster en Políticas Culturales y Gestión de las Artes: Hay una mujer, entonces, hay una productora: Feminización y precarización del trabajo en el sector audiovisual de Quito.

 En su estudio comparado, Yépez opta por los testimonios, de tal manera que su tesis no solo va de la investigación formal del campo laboral, sino que también recurre a las vivencias orales para la construcción de una realidad. Así expone que hay poca valoración social de las trabajadoras y que no solo se trata de:

“…puestos altamente feminizados, por estar ocupados principalmente por mujeres y por estar ligados a roles de cuidado como la alimentación y el vestuario, sino que también incluye un trabajo invisible y no remunerado, que permite el sostenimiento de la vida de las personas que trabajan en una producción, durante su participación en el proyecto”.[5] 

 Para esto es importante entender la economía feminista que ejerce una crítica de la economía actual y revaloriza el rol de las mujeres como agentes económicos. Históricamente, a las mujeres se las/nos ha visto o enunciado bajo el lema “se cuida por amor”, haciendo así que el salario sea desplazado por un acto de entrega aun cuando gracias a ese trabajo el capitalismo se puede sostener.   

 Es así que nuevamente nos enfrentamos a los roles establecidos en el sector cinematográfico y en el que Yépez sostiene que “romper con esta lógica binaria de la división del trabajo en el campo artístico ha implicado para las mujeres esfuerzos adicionales a lo que pudiera representar a sus pares masculinos”.[6] Las mujeres en el sector audiovisual han dejado asentadas bases importantes para la investigación sin recibir todo el rédito necesario. Está agentes importantes en el medio como por ejemplo Wilma Granda, “quien ha dedicado su vida a la recopilación del archivo fílmico del país (..) Mariana Andrade, que se posiciona como un espacio cultural de producción, difusión y encuentro de cine independiente y artes escénicas”.[7]

 Mónica Vásquez asegura que atreverse a dirigir es un acto de desobediencia, en esta misma línea, la productora Gabriela Calvache afirma:

“Estoy convencida de que lo que quiero es producir a mujeres, porque es más difícil para nosotras. Los hombres la tienen más fácil (..) La única manera de crecer en el cine es no hacer solo tus películas como directora sino producir a otros, tener una posición política y no quedarte en tu generación”. [8]

Calvache abre espacio para el debate sobre las producciones de mujeres por mujeres, pero todavía deja pendiente el debate sobre la precarización laboral.

 La precarización es una realidad evidente como lo plantea la economista y feminista Gabriela Montalvo en su tesis “Feminización del trabajo y precariedad laboral en el arte: el caso de la Red de Espacios Escénicos del Distrito Metropolitano de Quito (período 2013 – 2018)” y que, de acuerdo a la autora “posee varias características: inestabilidad laboral, informalidad, desprotección legal que a su vez implica el no acceso a derechos laborales como seguridad social, regulación de horarios, sueldo fijo, indemnizaciones, entre otros”.[9] De manera que resulta necesario y urgente cuestionar las características del trabajo cultural.

Relacionando estas dos investigaciones podemos concluir que el sector audiovisual es un medio en el que los derechos laborales lxs trabajadorxs son vulnerados. Esta problemática tiene otras aristas y se manifiesta en la brecha salarial basada en el género y el poco espacio que hay para facilitar las condiciones laborales para mujeres. Su cara más visible se expresa en el hecho de que la mayoría de las plazas técnicas de trabajo están catalogadas para hombres y las mujeres quedan relegadas a espacios de cuidado. Es evidente que, gracias a la constante lucha por la reivindicación laboral emprendida por las organizaciones de mujeres, que las producciones audiovisuales con mujeres en puestos de toma de decisiones han aumentado. Esta es una pelea que está empezando a dar frutos, pero que todavía está lejos de terminar.

 

Referencias:

 [1] [2] [3] [4] : Mogrovejo, Pablo. “Romper el techo de cristal. Desigualdad de género y derechos en el cine y el audiovisual del Ecuador”. En Trabajadores de la Cultura: Condiciones y perspectivas en Ecuador. Edición de Pablo Cardoso, p. 115, 118, 120 y 126. Guayaquil: UArtes Ediciones, 2021.  

[5] [6] [7] [8] [9]: Yépez Mosquera, Ana Soledad. “Hay una mujer, entonces, hay una productora: Feminización y precarización del trabajo en el sector audiovisual de Quito”. Tesis de Maestría Gestión Cultural, UArtes, 2021. P. 11, 19, 23, 18, 28.

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