Aristócratas: una nueva oportunidad perdida para tensionar y actualizar los debates de política cultural en la franciscana capital

Por Estefania Buitrón

La obra Aristócratas: crónicas de una marica incómoda y su vínculo con el universo del escritor chileno Pedro Lemebel, fue un montaje organizado por el colectivo Up Zurdas, en el cual se combinó performance, teatralidad con diferentes elementos entre ellos el postporno, un movimiento artístico y político que surgió en los años ochenta. El cual cuestiona y redefine la representación de la sexualidad y el cuerpo, critica la pornografía convencional y sus códigos patriarcales, busca representar sexualidades y cuerpos disidentes, usa el cuerpo y la sexualidad como herramientas políticas de crítica social, desafía los tabúes y la censura sobre el cuerpo y el deseo y se presenta en espacios artísticos y culturales no comerciales.[i]

La realización del evento en la antigua capilla del Museo de la Ciudad —un espacio desacralizado desde 1998, destinado a actividades culturales — el pasado 27 y 29 de noviembre, reveló una vez más cómo la política cultural en Quito continúa siendo un territorio de conflictos de poder.

Sobre la propuesta escénica

La puesta en escena —que incluyó “hombres vestidos con ropa interior de mujer, haciendo alusión a la comunidad LGBTI+” como lo describió el medio periodístico El Universo, sitúa el montaje dentro de una tradición estética que dialoga con la obra de Lemebel, conocido por desafiar normas de género y cuestionar estructuras de poder. Según sus creadores, la obra está marcada por la denuncia, la hibridez escénica y la visibilidad de identidades sexuales históricamente marginadas, busca tensionar la normatividad de género y sexualidad.

“Una propuesta intensa y poética que invita a reflexionar sobre las disidencias, los afectos y las formas de habitar la diferencia”, así presentó la Fundación Museos de la Ciudad a dicha obra.

El conflicto: ¿Un espacio sagrado o cultural?

El lugar de presentación —la antigua capilla del Museo de la Ciudad— se convirtió en el punto neurálgico del conflicto. Aunque la actividad se realizó bajo la normativa cultural vigente, con invitación pública y entrada pagada, sectores sociales y políticos expresaron rechazo tanto a la obra como al espacio en el cual realizó.

En entrevista, Alejandro Cevallos, excoordinador del Museo de la Ciudad (2021-2024), recordó que la institución nació como una de las mayores inversiones para rescatar edificios coloniales y para promover la educación patrimonial. Aunque el discurso patrimonial se enfocó durante años en la herencia hispana, las educadoras y mediadoras del museo buscaron constantemente vincularlo con su entorno social.

Cevallos señala que, ya en 2011, el Municipio de Quito impulsó la regeneración urbana desde La Ronda hacia el Bulevar 24 de mayo, una intervención que modificó el comercio local y elevó los arriendos, expulsando a muchos habitantes del Centro Histórico. En ese contexto, el museo organizó asambleas con comerciantes y fortaleció iniciativas comunitarias así como acercamiento a la escuela intercultural bilingüe.

En 2021, aún con la memoria viva del estallido social de 2019, el museo presentó la exposición Somos semillas y acogió la Feria del Libro Insurgente, con la artista performer boliviana María Galindo como invitada estelar, quien participó en la conferencia: Las Mujeres frente al Estado, en la misma capilla sobre la cual hoy se genera la controversia. Para Cevallos, estos antecedentes muestran que no es la primera vez que el museo abre sus puertas a debates sensibles, como ocurre hoy con Aristócratas.

Recordó también que en 2022 la feria de dulces tradicionales, parte de la agenda de Fiestas de Quito —que cumplía 10 años— se transformó para celebrar la convivencia con mujeres en movilidad humana, decisión que generó la salida de un grupo de artesanas que rechazó la participación de mujeres venezolanas. Un año después, durante la presentación del libro Brujas salvajes y rebeldes, un performance dancístico provocó titulares alarmistas y quejas de concejales.

En 2024 surgieron nuevas críticas con la remodelación de la sala del siglo XX, que incorporó luchas sociales y movimientos urbanos y feministas antes ausentes en la narrativa oficial, lo que llevó a acusaciones de “ideologizar” la memoria de la ciudad.

Para Cevallos, estas controversias reflejan la tensión permanente entre el mandato tradicional de custodiar el patrimonio y los esfuerzos del museo por dialogar con las diversas urgencias contemporáneas. Considera que el caso de Aristócratas ha sido usado políticamente para desacreditar una gestión que, en realidad, ha mantenido continuidad en su búsqueda de un museo más crítico y conectado con la sociedad, pese a las contradicciones y resistencias que conviven en el espacio.

La respuesta de las autoridades

Cómo respuesta a las diversas manifestaciones y quejas amparadas en la fe católica, la memoria y la familia, emitidas por colectivos conservadores, la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y algunos políticos; la Secretaría de Cultura de Quito y la Fundación Museos de la Ciudad se pronunciaron el 1 de diciembre mediante el siguiente comunicado:

Fuente: Fundación Museos de la Ciudad

Fuente: Secretaría de Cultura del Municipio de Quito

El comunicado de la Secretaría de Cultura de Quito y de la Fundación Museos de la Ciudad evidencia un intento de equilibrar tensiones públicas desde una perspectiva cultural y de disidencias. Sin embargo, también revela la adopción de una postura ambigua, en la que no se defiende plenamente ni la libertad artística ni los derechos culturales, pues termina subordinándose a sensibilidades morales y religiosas particulares, desplazando el centro del debate hacia las creencias que se han visto afectadas. Al evitar el conflicto para no incomodar a los grupos moralmente hegemónicos, se debilita la función democrática de la creación contemporánea y de los espacios culturales como ámbitos legítimos de crítica, cuestionamiento y disidencia.

La manifestación de las autoridades frente a una controversia de este tipo debería plantear un posicionamiento firme con la defensoría de los derechos y principios de la gestión cultural. En la que se prevalezcan las garantías de circulación y libertad artística, reconocidas constitucionalmente, sin ceder ante presiones externas, límites ni silenciamientos de uno u otro lado.

Más allá de la controversia

¿Qué está realmente en disputa: el uso del espacio, la visión de ciudad, la identidad cultural o la diversidad artística?

El debate abierto tras la presentación de “Aristócratas” trasciende a la obra. En realidad, pone en juego la capacidad de la ciudad para gestionar la pluralidad cultural, garantizar la libertad artística y evitar que los espacios patrimoniales se conviertan en motivo de censura o disputa ideológica. Esta discusión, sin embargo, no surge en el vacío, sino que se inscribe en un contexto donde el arte y los desafíos de la contemporaneidad tensionan permanentemente las herencias sociales y la identidad.

La complejidad estructural de la ciudad y de la cultura evidencia que aún carecemos de mecanismos de convivencia realmente efectivos. Como lo señala el texto: Corazonando la cultura, el patrimonio y la memoria, “seguimos reproduciendo una perspectiva necrofilizante del patrimonio que lo ve solo ligado a un pasado muerto y fosilizado, que prioriza las dimensiones materiales, y da más importancia a los objetos, los monumentos y los museos, que a los actores sociales que los construyen, y a los cosmos de sentido que tejen en su vida cotidiana y hacen posible la cultura”.[ii]

Acorde a la visión contemporánea del patrimonio, es preciso reconocerlo como un tejido vivo y no únicamente como lo monumental que permanece inmovilizado en el tiempo, entendiendo que patrimonio son las comunidades quienes lo habitan, transforman, crean y reinterpretan modos de vida, memoria y cultura. El patrimonio vivo exige colocar en el centro a los actores sociales y sus dinámicas, donde tradición y contemporaneidad pueden dialogar y convivir para transformar el espacio de forma mutua.

En este escenario, y en medio de un cierre de año marcado por la incertidumbre institucional para el arte y la cultura, con el principal ente regulador —el Ministerio de Cultura y Patrimonio— absorbido por el Ministerio de Educación, el debate vuelve a evidenciar la frágil situación de las garantías y de las políticas públicas establecidas en la Ley de Cultura, así como la limitada aplicabilidad de los derechos culturales a escala nacional.

El sentido de lo público no puede ni debe ser monopolizado por unos cuantos grupos que históricamente han decidido “qué se debe mostrar” o “qué se debe ocultar”, sino orientarse a garantizar y promover el reconocimiento de todxs sus actores. En este marco, la libertad artística en la vida urbana se convierte en un componente esencial que articula las formas de comprender y habitar el espacio común, y que permite tensionar y cuestionar el orden establecido —el “status quo” colonial y patriarcal— frente a un fuerte control estatal que responde bajo presión moral.

 ¿Es la censura la voz de la época?

Históricamente en Ecuador varios artistas y colectivos nacionales e internacionales han sido condenados por diversas manifestaciones, cargadas de una poderosa crítica que ratifica la característica del arte como un vehículo desestabilizador, político, de expresión y visibilización.  Recordamos artistas como Víctor Francisco Jaime “Pancho Jaime” (ilustrador), Jaime Guevara (cantautor), Marco Alvarado (artista visual), Mugre Sur (colectivo Hip Hop Rap) y un sinnúmero de colectivos de arte de calle y otras artes que han sido censurados, en diferentes escenarios.

En esta misma línea, la desaprobación hacia el arte y la cultura se replican desde diferentes cúpulas. Para ello es pertinente traer a lugar y entrar en discusión momentos similares desde la perspectiva de otra comunidad históricamente vulnerada por el accionar de las autoridades: la del arte urbano, que ha defendido su derecho a habitar y resignificar el espacio público. Un ejemplo de ello fue la muestra “Siempre efímeros, nunca sin memoria” curada por la artista-investigdora María Fernanda López, retrospectiva del arte de calle ecuatoriano presentada en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC).

En mayo de 2024, la exposición enfrentó la censura de carácter político, luego de que se argumentara que una de las obras constituía un agravio al nombre del Presidente de la República. Esta situación no solo evidenció la persistente fragilidad de las libertades culturales, sino también que abre un lugar a un factor común, la tensión creciente entre las expresiones artísticas disidentes y el poder institucional ecuatoriano.

Si revisamos también los archivos de censura de carácter religiosa, recordamos un escenario similar hace nueve años, en el mes de agosto de 2017 la exposición “La intimidad es política” que se desarrolló en el Centro Cultural Metropolitano de Quito (CCM) presentó la obra “El Milagroso Altar Blasfemo” del colectivo boliviano Mujeres Creando. El altar proponía una nueva simbología que incluía a la Santísima Virgen ni Hombre ni Mujer, la Virgen de los Ovarios que protege los abortos, La Dolorosa que llora por las asesinadas, y mostraba a un Cristo de rodillas, atado a la cúpula de una iglesia por el miembro viril.[iii]

Fuente: Revista Paralaje, 2017.

Estas imágenes provocadoras, que expresaban la postura política del movimiento feminista liderado por María Galindo (BOL), desataron diversas reacciones en el medio local. La Secretaría General de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana emitió un comunicado que expresaba su malestar, pero así también se pronunciaron académicos y actores culturales interesados en debatir sobre el tema y evitar la censura por parte del Municipio de Quito.

Frente a estas controversias que involucran a estructuras consideradas históricamente como “el poder”, resulta cada vez más evidente y necesaria una legislación efectiva que proteja la libertad de expresión artística, la cual, además, atraviesa año tras año episodios de vulneración a los derechos de la democracia. Artistas y gestores culturales continúan enfrentándose y siendo arremetidos por el poder político o religioso, sin embargo, existe un arduo camino para garantizar la libertad y promover políticas públicas que garanticen ejercer su labor y resguarden la autonomía de las instituciones culturales.

Los espacios patrimoniales —monumentos, centros históricos, edificios emblemáticos— son bienes colectivos que funcionan como plataformas de encuentro para la convivencia de una memoria plural, en el que las narrativas diversas son el motor para el diálogo y la cohesión social. El carácter artístico y cultural no solo deben asumirse desde la cristalización de memorias y espacios, sino más bien desde la capacidad de generar y gestionar la pluralidad de visiones, identidades e ideas.


[i] Alejandro Ramírez. Una obra que incomoda, interpela y ocupa el espacio que le pertenece. En: La barra espaciadora. https://labarraespaciadora.com/teatro-drag-quito/

[ii] GUERRERO ARIAS, P. Corazonando la cultura, el patrimonio y la memoria. In.: CARBONELL YONFÁ, E., coord. Patrimonio inmaterial en el Ecuador: uma construcción colectiva [online]. Quito: Editorial Abya-Yala, 2020, pp. 165-208. ISBN: 978-9978-10-507-8. https://doi.org/10.7476/9789978106228.0018.

[iii] Ana Rosa Valdez. El Milagroso Altar Blasfemo y el debate sobre género en el Ecuador. En : Paralaje. https://www.paralaje.xyz/el-milagroso-altar-blasfemo-y-el-debate-sobre-genero-en-el-ecuador/