Escribir, editar, publicar, leer ¿Qué sabemos sobre el oficio de hacer libros en Guayaquil?

En Guayaquil se lee, se escribe, se edita y se publican libros. Y aunque las condiciones no son las ideales, este sector se sostiene en el trabajo de una serie de actores que resisten pese a la precariedad.

Por Ana María Crespo*/@laana_mary

En una librería —o en una biblioteca— puedes enamorarte, dice Jorge Carrión. Las librerías son espacios donde nos relacionamos sensorialmente con los libros, los olfateamos, sentimos su peso, leemos de forma errática, acariciamos sus lomos. Porque más allá de ese impulso por aprender, los libros nos ofrecen la posibilidad de inventar otro tiempo, uno que transcurre al ritmo de nuestras pupilas que se pasean por las líneas.

 Ciclo productivo del libro, a breves rasgos. Fuente: elaborado por la autora.

Leer un libro físico es una experiencia corporal, hay lectores a los que les gusta subrayar, hacer pequeñas anotaciones en los márgenes, otros que prefieren la distancia y mantienen sus libros inmaculados. Eso es lo de menos. Lo que nos preocupa en realidad es desentrañar ese proceso que hace posible tener un libro en las manos. Nos interesa conocer cuáles son los eslabones de la cadena productiva del libro físico, un sector que, en el Ecuador, produjo USD 1´ 149,829[1] en el año 2020 y que representó el 7,46 % de los ámbitos culturales que aportan al PIB. Y en esta cadena, queremos indagar qué ocurre en este punto de enlace entre la editorial y la librería: la distribución.

El Observatorio entrevistó a un escritor local, visitó una librería independiente y conversó con el director de una editorial universitaria para empezar a desenredar una temática que nos proponemos seguir trabajando a mayor profundidad en siguientes entregas.

¿Realmente es buena idea dedicarse a esto de hacer libros?

Para que un manuscrito se transforme en un libro y este llegue a las manos de un lector —que podría abandonarlo a medio camino— tienen que haber transcurrido años. Tiempo, recursos humanos y monetarios son ingredientes indispensables para que las ideas que un autor amasa en la soledad del papel o el teclado se transformen en un objeto para el placer o el intelecto, y por qué no, las dos opciones a la vez. Los flujos editoriales exigen trabajar sobre el manuscrito de la mano del autor, correcciones ortotipográficas y de estilo, diagramación, diseño de portadas y contraportada, correcciones, una y otra vez.  Y esto podría variar de acuerdo al nivel de complejidad que el libro tenga, pues en algunos casos se realizan ediciones bilingües, se escriben prólogos o estudios introductorios,  en fin, la edición es todo un mundo con sus propias reglas y dificultades.  A penas una de los nódulos de la cadena productiva del libro.

 
Jorge Vargas, autor guayaquileño. Fuente: cortesía del autor.

El guayaquileño Jorge Vargas sabe de esto, pues lleva trece años insistiendo en el oficio de contar con palabras. Él forma parte del 6,81 % de personas— de un universo de 1,171 trabajadores de la cultura— que de acuerdo al Según el 2do Termómetro Cultural del Observatorio, trabajan en el campo de las artes literarias, narrativas y producción editorial.  Sobre la escritura, Vargas dice que “se presenta como una profunda necesidad, casi una obsesión”, y que las dificultades a las que hay que enfrentarse en un país donde el sector editorial está marcado por las carencias, se resisten porque hay vocación. Se escribe a pesar de que no se puede vivir de la literatura, eso está claro.

 

 Una boca sin dientes es el último libro de cuentos de Jorge Vargas. Fuente: cortesía del autor.

“Se dejan morir los libros”, comenta Vargas cuando le preguntamos acerca de qué ocurre con las obras una vez publicadas.  Sin estrategias de marketing y distribución, los libros no logran darse a conocer por fuera del círculo cercano del autor y de los seguidores de la editorial.  Un par de entrevistas en medios locales y un evento de lanzamiento, ¿eso es todo?, nos preguntamos, ¿eso basta para impulsar un nuevo libro?

Por otro lado,  en relación a la cadena productiva del libro, Vargas identifica una desarticulación entre tres agentes: autor-editorial-librerías que podríamos desmenuzar en algunos problemas que se repiten. Esta por ejemplo la falta de un contrato entre los (as) autores (as) y las editoriales que ponen en una situación de vulnerabilidad al autor. Sin un documento que establezca los términos en materia de derechos intelectuales y pago de regalías, surgirán malos entendidos, por supuesto.  Mientras que, en cuanto al intercambio entre la editorial y las librerías, Vargas señala que muchas veces es el autor quien, por sus propios medios, debe buscar ubicar su libro en el mercado, y no siempre tiene las puertas abiertas.

Publicar con una editorial no garantiza que esta asumirá el rol de la distribución. Pero antes de señalar culpables, hay que comprender que muchas editoriales independientes son unipersonales y no cuentan con los recursos para asumir este costo. O, si lo vemos desde otra perspectiva, costear el salario de un distribuidor incrementaría el ya alto precio de los libros en el mercado ecuatoriano. Esto lo evidencia Damián de la Torre[2], quien en el año 2020 hizo un análisis de las editoriales independientes en el país y determinó que el 91,6 % de los consultados[3] no percibe ni un salario básico por dedicarse a esta actividad y deben conseguir otras fuentes de ingreso para subsistir.

Un editor multitasking

“Puedes ser un gran editor de libros, pero quizá no tienes las habilidades sociales para distribuir”, dice José Miguel Cabrera, director de la UArtes Ediciones cuando le consultamos acerca de qué dificultades hay que enfrentar para ubicar los libros en el mercado.  Volvemos sobre esta pregunta, pues detectamos que uno de los baches en la cadena productiva del sector editorial están en ese camino que el libro debe recorrer al salir de la editorial para llegar a la librería. La cuestión es que no existe un actor especializado para cumplir con este trabajo.

Cabrera sostiene que la distribución tiene las exigencias de un empleo a tiempo completo, pues requiere viajar, conocer personas, llevar registros de ventas y devoluciones. Los escasos presupuestos y lo que él considera un reflejo de cómo se lleva el trabajo en un sector precarizado, hacen que la figura del distribuidor no se considere fundamental. Sin embargo, la otra cara de esta realidad es que no se pueden costear sus honorarios.

Los libros de la UArtes Ediciones se pueden encontrar en librería Rayuela, Alby Ayala, Cosmonauta, el Fondo de Cultura Económica. Fuente: UArtes Ediciones.

En este contexto, las librerías independientes[4] son agentes importantes para que los libros tengan mayor presencia en otros territorios. Al tratarse de negocios pequeños y de manejo personalizado, hay mayor apertura para que las obras se vendan en sus espacios, sobre todo en comparación con librerías comerciales.

Una declaración anónima nos permitió conocer que existen librerías comerciales que manejan una cuota de autores ecuatorianos. “Nuestra cuota de autores nacionales está llena, contáctenos después”, este es uno de los argumentos que utilizan al momento de declinar la aceptación de un nuevo libro. ¿Cuántos autores (as) nacionales exhiben en sus libreros? Esta y otras preguntas quedaron pendientes, pues la librería en cuestión no respondió a la entrevista propuesta por el Observatorio.

 “No hay que matar al lector”

Rodeados de 3000 libros, entre colores y elementos que nos recuerdan a los personajes de algunas historias clásicas como El Principito, la librería independiente la Madriguera recibe a su comunidad de lectores.

Steven Espinoza y María Fernanda  Gonzáles, abogados de profesión,  son dueños de la Madriguera, que junto a La Casa Morada, son dos de las más importantes librerías independientes ubicadas en el corazón de Urdesa Central, en Guayaquil. Desde el año 2017, sostienen este proyecto donde tiene como política no ofrecer libros técnicos, sino un catálogo enfocado en la literatura infanto-juvenil y libros de narrativa contemporánea, filosofía, poesía, en fin, libros para lectores de más edad.

El Observatorio conversó con Espinoza quien explicó su visión de la literatura, y dijo que esta funciona como “una válvula de escape a todo lo malo que ocurre alrededor” ya que les permite a los lectores viajar mediante las historias. Sin embargo, cuando hablamos acerca del mercado editorial ecuatoriano, enfatizó que es un medio complejo y esto lo propuso desde su doble experiencia como librero y editor, pues la Madriguera también cuenta con su propio sello editorial desde el año 2020.

La madriguera recibe a sus lectores un sábado al mediodía. Fuente: Santiago Dalgo.

Al preguntarle sobre cómo es la dinámica para recibir libros de autores locales en su librería comenta que son los propios autores quienes ejercen el rol de la distribución. También nos menciona que un par de editorxs con lxs que la librería está en contacto, se encargan de este trabajo. Esto significa que, al menos en este contexto, no existe la figura del distribuidor como un trabajador que se dedica exclusivamente a comercializar los libros de una librería a otra.

Además, Espinoza nos comentó que del 3 al 4 % de su catálogo corresponde a autores nacionales y esto pudimos verificarlo al encontrar una sección con obras como Sanguínea, de Gabriela Ponce; Hola Humano, de Gastón Calderón, Bestiario, de César Dávila Andrade, entre otros títulos y hasta fanzines. Y aunque lamenta que la cifra no sea mayor, expresa que tienen total apertura para nuevxs autorxs.

Mientras que, del otro lado, Espinoza dice que colocar los libros de su sello editorial La Madriguera en “perchas famosas” no es posible, ya que si no se trata de un hit de ventas o de un autor reconocido la respuesta automática será un no velado. Las excusas son variadas: “analizaremos el manuscrito” o sencillamente, no devuelven las llamadas. Por este motivo sostiene que, para los autores ecuatorianos, las librerías independientes son necesarias porque de su trabajo depende que la obra llegue a otras ciudades.

¿Qué hacer para fomentar la lectura en un país donde las cifras dicen que se lee un libro completo al año? Espinoza responde que “no hay que matar al lector” , pues muchas veces la selección de lecturas en las escuelas no se realizan tomando en cuenta los intereses de los niñxs y se los introduce a obras que por su temática no son apropiadas para su edad. Así mismo, la lectura se les presenta como una obligación y en esos términos es complicado que los niñxs la asocien con una actividad placentera.  La entrevista termina con algo que podría afectar a los lectores más puristas: “Hay jóvenes que leen mucho del sello Wattpad, pero a mí me parece que hay que leer lo que te dé la gana, pero hay que leer”, concluye Espinoza. Este librero, pero sobre todo lector, cree que empezar con novelas de este tipo, da la pauta para que luego puedas conectar con otro tipo de obras.

Notas al pie

[1] Esta información se puede revisar en: https://siic.culturaypatrimonio.gob.ec/index.php/contribucion-del-pib-a-la-cultura/

[2] Se puede leer el artículo completo “Editoriales independientes, más allá de la pandemia”, de Damián de la Torre que forma parte del libro Trabajadores de la cultura. Condiciones y perspectivas en Ecuador (2021) en este enlace: https://observatorio.uartes.edu.ec/prismas/

[3] Entre las editoriales consultadas estuvieron Festina Lente, El Fakir, Cadáver Exquisito, El Ángel Editor, La Caracola, Severo, Eufonía, Cactus Pink, Bichito Editorial, La Caída.

[4] Sensorial realizó un mapeo de las librerías independientes en el país y puede ser consultado en este enlace: https://sensorial.org.ec/proyectos/raie/mapeo/literatura/librerias-independientes/

*Ana María Crespo (1990). Editora, ciclista y lectora amateur en el sentido etimológico. Colaboradora del Observatorio de Políticas y Economía de la Cultura.

*Las opiniones expresadas en este texto son de exclusiva responsabilidad de su autora y no representan la posición del Observatorio.

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